Historia del atún e historia del litoral gaditano: el Consorcio Nacional Almadrabero
El oro rojo del mar nunca había ocupado un papel tan primordial en la agenda política como a principios del siglo XX cuando su importancia como actividad socioeconómica en peligro provocó que se convirtiera en política de estado. La industria almadrabero-conservera acusaba desde finales del siglo pasado de una sobrepesca que en los años venideros se haría presente tanto en el mercado nacional como, sobre todo, en el mercado italiano. Por ubicarnos, España en los años veinte capturaba más del 70% del atún europeo, pero los rendimientos anteriores de pesca de más de 100.000 atunes quedaban ya en la lejana memoria. Esto era una cuestión no menor porque sin la competencia con el mercado italiano que aquejaba de una sobreexplotación pesquera, el buen rendimiento de las empresas almadraberas dependía exclusivamente de los precios de venta y de la productividad de las almadrabas.
La solución a este y al resto de problemas a los que se enfrentaba la industria conservera almadrabera se encontró en la creación del Consorcio Nacional Almadrabero en 1928, con ello se trataba de dar respuesta a dos de los grandes rompecabezas que ostentaba: mejorar la competitividad y la comercialización. Pero para comprender la importancia del Consorcio que marcó un antes y un después en la industria conservera del atún debemos entender el contexto socioeconómico en el que se encontraba España y, en concreto, las almadrabas suratlánticas.
Entre los siglos XVIII y XIX, se produjeron sendos cambios en la industria conservera que permitieron la conformación del Consorcio Nacional Almadrabero, una organización público-privada que vino a representar la suerte de solución que la Dictadura Primorriverista halló. En la pesca, se introdujo la almadraba fija, de anclas. En lo económico, se puso fin al sistema de economía señorial implementado bajo la autoridad del Ducado de Medina Sidonia en pro del establecimiento de un sistema liberalizado. Desde el siglo XII el duque de Medina Sidonia atesoraba el privilegio real de calar las almadrabas suratlánticas, un privilegio que continuaría ostentando hasta finales del siglo XVIII cuando se liberalizaría la producción pesquera. Ello facilitaría la acumulación de capital a manos de los industriales almadraberos, los cuales iniciarían a su vez un proceso de concentración empresarial bajo el paraguas interventor del Estado.
Con la liberalización de la pesca de los gigantes de plata y dado a los problemas a los que se enfrentaba esta industria, Primo de Rivera decide embrionar en 1928 el Consorcio, el cual surgía como una sociedad que monopolizaba la pesca del atún de todo el litoral suratlántico y, ante todo, con el propósito claro de racionalizar el sector almadrabero como ya había hecho la Dictadura, con anterioridad, con otros relevantes consorcios como el arrocero y el resinero. De esta forma, los almadraberos participaban como accionistas según el valor de las instalaciones y artes portadas. Además, los beneficios se repartían entre el Estado y todos los industriales del atún.
Las dos primeras décadas del siglo XX fueron para la industria del atún una época de auténtica bonanza y crecimiento que duraría hasta 1956. La industria conservera de atún andaluza -que se agrupaba en las provincias de Huelva y, en especial, en la provincia de Cádiz-, se erigió como la principal productora de conservas y captura de atún de almadraba de toda España. En concreto, en la provincia de Cádiz se elaboraba aproximadamente el 70% del atún capturado en las almadrabas suratlánticas.
Si bien como se comenta con anterioridad, España ostentaba el 70% de la producción de conservas de atún durante las dos primeras décadas del siglo XX, el Consorcio también debía dar respuesta a sendos problemas que azotaban a esta tan importante industria de la que el Estado obtenía grandes beneficios mediante el canon y otros tributos. Para ello, realizó cambios de gran calado.
Uno de los grandes problemas a los que se enfrentaba la industria era la cuestión irresuelta de la comercialización. La industria conservera andaluza no ostentaba la infraestructura comercial necesaria ni tampoco tenía un nombre y fama creada en los mercados extranjeros. Las grandiosas casas italianas, establecidas en Génova y principales importadores de este manjar, implantaban su propio etiquetado en italiano a la producción conservera española, o bien, adquirían las conservas españolas en grandes latones sin ningún tipo de etiquetado y ya en su país de destino las transformaban en latas de menor tamaño. Pero no solo ello, las distribuidoras italianas se enriquecían también por el transporte, estos eran los encargados de transportar todas las conservas desde España. Por poner un ejemplo, la casa genovesa de Angelo Parodi se lucraba copiosamente gracias a su posesión de toda una flota de vapores mercantes con los que podía embarcar una ingente cantidad de producción española. El Consorcio consiguió desligarse de la custodia de la comercialización que antaño ostentaban los intermediarios italianos y, además, comenzó a expandirse a otros mercados como el argentino. De esta forma se ponía fin a la apropiación por parte de la industria italiana de la conserva andaluza y a la producción en grandes latones. Asimismo, el Consorcio consiguió reforzar la presencia de la conserva de atún andaluza en el mercado italiano, llegando a dominar todo el mercado y libró batalla contra los nuevos competidores japoneses y californianos que querían adentrarse en el mercado italiano.
Otro de los grandes logros del Consorcio fue el incremento notorio de la comercialización de salazón en el mercado levantino. Añadido a ello, el Consorcio apostó por la elaboración de subproductos y por encontrar vías para aprovechar los despojos no comestibles del atún.
Comienza una cultura e historia del atún
Pero, sin duda, una de las grandes hazañas que hay que agradecer al Consorcio fue la creación de toda una cultura alrededor del atún, una cultura capaz de cambiar la historia de pueblos, familias y hasta el ordenamiento territorial del litoral gaditano. Buen ejemplo de ello es Barbate. La instalación de una almadraba desde 1874 atrajo a cientos inmigrantes provenientes de distintos puntos de la geografía española y de nuestro país hermano, Portugal seducidos por la posibilidad de encontrar un puesto de trabajo. Ello permitió que Barbate se nutriera de una gran diversidad cultural que se asentó en el municipio. En los incipientes años del siglo XX, la población de Barbate apenas rebasaba los 2.000 habitantes. Sin embargo, el gran revulsivo que permitiría el crecimiento exponencial del municipio se produciría tras la I Guerra Mundial. Barbate reunía todas las condiciones necesarias para albergar una industria conservera pujante. En pleno proceso de industrialización que el país estaba llevando a cabo, Barbate representaba un gran enclave estratégico desde el que poder conservar el atún rojo de almadraba en envases de latón. Sin embargo, existía un único inconveniente: no había la suficiente mano de obra necesaria. Esta necesidad de obreros provocó todo un efecto llamada. En una España en la que la pesadumbre reinaba a sus anchas y en la que no existían apenas oportunidades laborales ajenas a la agricultura, la nueva industria afincada en Barbate suponía toda una ocasión que pocos querían dejar escapar. Ello provocó que en 1925 la población barbateña superase los 8.000 habitantes. Esta llegada masiva también desencadenó la necesidad de modificar el entramado urbano para dar alojamiento a los llegados. En Barbate, en concreto, se levantó el conocido como El Zapal, asentamientos ubicados cerca de la playa en la que se situaron los recién llegados.
La almadraba de Barbate en manos de D. Serafín Romeu Fages, en 1929 daba trabajo a unos dos mil trescientos hombres y más de doscientas mujeres. Aquí se elaboraba, manufacturaba y envasaba el atún cocido de excelentísima calidad en grandes latas que acompañaban con el más exquisito de los aceites de oliva refinado habidos. La factoría de Barbate se erigió en una de las más relevantes de las ocho que el Consorcio ostentaba. Pero el punto álgido de la factoría barbateña no se produciría hasta mediados del siglo XX. En 1940, el Consorcio Nacional Almadrabero en Barbate llegó a emplear a más de 3.300 personas. El motivo de esta alta empleabilidad se debía a las numerosas dependencias para la elaboración y manufacturado del atún, cocederos, pilas de salazón, latería, fábrica de harinas de pescado y de aceite, que esta poseía. Y esta no era la única industria en la localidad. En el pueblo funcionaban numerosas fábricas de conservas, lo que permitió que Barbate se convirtiera en referente y ejemplo por su industria conservera en el resto del territorio nacional.
Pero Barbate no es el único municipio que creció bajo el amparo de la industrialización, otro ejemplo que merece mención destacar es el del poblado de Sancti Petri. En 1929 el Consorcio compraría por 225.000 pesetas el poblado, quedando así este íntimamente ligado a la almadraba.
Sin embargo, el descenso del rendimiento de las almadrabas andaluzas a partir de 1933 anticiparía lo que como bien tituló Gabriel García Márquez suponía toda una crónica de una muerte anunciada. El Consorcio tuvo que prescindir de pesqueros míticos como Arroyo Hondo y Torre de la Atalaya en 1934 o Reina Regente en 1940. Las nuevas desfavorables circunstancias provocaron que el Consorcio redujera su actividad pesquera, lo que de manera directa implicaba también que la demanda de mano de obra se viera reducida en más de un 50% antes de la Guerra Civil. En 1942 únicamente se calaban en cuatro almadrabas: Nueva Umbría, Punta de la Isla, Ensenada de Barbate y Lances de Tarifa. Tras décadas de lustroso esplendor en las que pueblos y familias se beneficiaron del Consorcio, la desaparición de este se produciría en 1971 ahogado como consecuencia de una importante deuda acumulada. Se ponía así fin a una lucrosa asociación que permitió florecer a municipios del litoral gaditano y, sobre todo, reivindicar y poner en el mapa el gran tesoro que representa las conservas de atún andaluzas.